En un corral debe de haber un solo gallo, ya que si hay más, las gallinas andan demasiado revueltas, y eso nunca es bueno para la colectividad.
A un entrenador con la suficiente personalidad y capacidad de dirección, no le tiembla nunca el pulso a la hora de tomar ciertas medidas disciplinarias, cuando llega a la conclusión de que determinados jugadores con etiqueta de estrellas, que muchas veces creen serlo, pero no llegan a ello e incluso se quedan muy lejos de este calificativo, ponen en peligro la convivencia dentro de un vestuario y por consiguiente son en exceso perjudiciales para el buen funcionamiento del grupo, ya que con su poco profesional comportamiento, hacen peligrar el pleno desarrollo de lo que conocemos como equipo, que como es de sobra sabido, tiene como concepto básico que dentro de un colectivo todos trabajan en beneficio de todos y no para sus intereses personales, buscando solamente la recompensa individual.
Si un entrenador, ya sea técnico en categorías de base, aficionados o profesionales, permite por su falta de capacidad de liderazgo, por dejadez, cobardía u otros intereses inconfensables, que los jugadores considerados figuras, busquen su propio lucimiento, teniendo como única bandera el egoísmo personal, que les lleva a destacar sobre los demás por encima de todo, sin importarles lo más mínimo el beneficio del grupo al que pertenecen, está demostrando su total ineptitud para dirigir a una colectividad, ya sea un equipo de fútbol o la coral polifónica de su pueblo.
Dentro de un equipo, nadie puede ser más importante que el propio equipo. Y en el caso del fútbol da igual como se llame el futbolista, aunque sea el mejor del mundo. El grupo no está para servir a las individualidades, el individuo es el que está siempre a disposición del colectivo.
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